miauricio
Se quedo viendo con nuevos ojos a su esposa. Ella seguía bella, radiante como el primer día y él se mantenía enamorado como cuando la conoció. De hecho, en cierto modo cada día era como conocerla de nuevo, el Alzheimer había avanzado demasiado.
Los insurgentes se reunieron en secreto. Cerraron puertas, ventanas, revisaron profundamente la casa. Cualquier vestigio de luz implicaba el escape del sonido y el final de sus planes. Tapiaron todo tan bien que olvidaron cómo abrir nuevamente. La Conspiración terminó una semana después de que comenzó.
Sentado con la cabeza gacha frente a un pastel de fresa uno sólo puede preguntarse dónde quedó la otra silla y qué es eso que nos molesta tanto.
Después de varios golpes dejó de sentir la quijada. Un zumbido le recordaba que no tenía muchas opciones y sólo debía aguantar un par de campanazos más. Dejó de sentir completamente, los golpes de su contrincante sólo eran como espasmos sobre sí. Ni siquiera supo cuando golpeó la lona ni si había llegado al décimo asalto. No supo si le iban a pagar lo acordado ni quien pagaría su funeral.
Sintió la presión de la bolsa en el rostro y sólo pudo aspirar una bocanada de muerte.
Antes de continuar, el hombre escuchó sonar el teléfono. Quizá era la llamada que esperó durante horas. Se acercó tembloroso, levantó la bocina y escucho con atención: ¿Está satisfecho con el servicio de su compañia telefónica? Montó en cólera gritando a la operadora, había interrumpido el momento más importante de vida. Colgó con violencia el aparato y regresó a la cornisa para dar el salto final.
Lo examinó atentamente y era innegable. El pedazo de carne que estaba mordiendo tenía un diente bien formado. Eso superaca con creces los cabellos que había encontrado, pero no lo preparó para el ojo que lo miraba fijamente desde el plato mientras terminaba su bocado.
Abordó el taxi y evadió toda charla. Sólo dio indicaciones al chofer y se limitó a mirar la ciudad por la ventanilla. La encontró decadente y lamentable. Nadie habría imaginado que darle poder a esos locos pondría todo en peligro. Ya no había nada que hacer. Llegó al bunker, ingresó el código de seguridad. Tomó los controles y dejó de ser pasajero del planeta. Ocupó su lugar como piloto y lo giro unos grados fuera de la órbita para dejar que el sol hiciera el resto.
Tropezó y cayó por la cornisa. Durante su caída no vio la película de su vida como dicen muchos que les pasa. Ni si quiera tuvo tiempo de pensar en sí mismo. Sólo fijó su mirada en las estrellas y una sensación de diminutez le invadió completamente. Su drama resultó tan ínfimo ante la magnitud del cosmos que se sintió ridículo y se dejó arrastrar por la gravedad mientras el corazón lo jalaba al infinito. Cuando la realidad del pavimento acogió su cuerpo, él llevaba eones paseando por el universo, no había nadie en esa carcasa quebrada que manchaba de muerte la banqueta.
Entró al lago con calma, un pie detras del otro. Sumergió los tobillos y comenzó a andar bañando sus pantorrilas, las corvas, los muslos. Cuando el agua rozó sus genitales se estremeció. Frente a sus ojos los amigos le animaban, daban gritos de alegría… de pronto uno de ellos lanzó un grito de terror y lo perdió de vista.
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