nezumidou
Y aunque abro la boca e intento gritar. Por más segura que esté de que emito un sonido, de que las culpas, las acusaciones y los remordimientos salen de mis labios y se desparraman a tus pies. Por más que intento llegar a ti, nada ocurre.
Ya te has ido.
Mi rango de transmisión es increíblemente débil ante eso.
Las instituciones caerán tarde o temprano, y nosotros las seguiremos. Cuando eso ocurra nuestra verdadera naturaleza saldrá a la luz y nos encontraremos cara a cara con nuestro destino. Sea cual sea, el resultado será el mismo. Destrucción, caos, renacimiento.
En correas rotas, en tareas comidas. En paseos por el parque, en noches de lectura junto al fogón. En cuantos gatos perseguiste, de los cuales a ninguno atrapaste. En las noches en que despierto bruscamente del sueño profundo y espero encontrarte recostado a los pies de la cama. En los que aguardo a que aparezcas de la nada y espantes la tristeza que me embarga con alguno de tus roncos ladridos.
Como medir lo mucho que te extraño.
El peluquero y sus tijeras cortan inclementes su cabello y dejan caer aquella trenza que la había acompañado toda su infancia. La trenza que su madre se demoraba largos minutos en armar, la trenza con la que sus amigas jugaban a meter lapices entre sus recovecos o con la que su abuela experimentaba nuevos peinados.
No sabía la razón por la que había decidido deshacerse de ella. Tal ves era la señal de algo nuevo por venir.
Los ojos de David brillaban de emoción cuando salía a jugar con sus compañeros al patio de la escuela donde estudiaba. Corrían por todos lados, subían a los juegos y saltaban hacía abajo como si eso fuera lo más temerario del mundo. Ricardo soltó una pequeña risita cuando David perdió el equilibrio y casi cae por el resfalín. Pero la alegría de verlo correr y reir le duró poco, ya que pasados algunos minutos no pudo evitar comenzar a recordar el día en que lo vio por primera vez.
En ese entonces David era muy pequeñito, apenas pesaba tres kilos y tiraba del pelo de su madre sin entender aún qué era ese extraño nuevo mundo que lo rodeaba, tan distinto a aquel del que provenía. Solo fueron un par de horas en que lo pudo sostener en sus brazos y sentirse el hombre más afortunado del mundo.
Después se lo llevaron y una nueva familia lo adoptó. Bueno, la única familia que tuvo porque él nunca podría haberle dado eso. Eran adolescentes y ninguno de los dos era muy brillantes. No le podrían haber entregado un futuro mejor que el de ellos... o al menos eso se decía. Porque siempre existía la incertidumbre, la pregunta "¿Y qué si se hubieran equivocado?".
Tomó la arrugada hoja de papel y observó lo que había escrito en ella durante unos minutos. Ahí estaba toda la evidencia que sus enemigos necesitaban para destruirlo. Lo pensó durante unos segundos y recordó el encendedor que llevaba en el bolsillo de su chaqueta y saboreó la posibilidad de quemar esa hoja de papel y hacer de este instante el decisivo para su victoria.
Pero lo volvió a dejar en el lugar en el que estaba. Dio media vuelta y se marchó del lugar, de vuelta a su guarida. El triunfo sobre aquellos que lo humillaron será más dulces con unos pocos obstáculos en el camino.
Se echa en la cama, se pone sus audífonos y prende su iPod. "I wanna wish you well" escucha por los auriculares, un sutil voz que le canta a alguien que se ha ido. "I didn't watch you go", no puede evitar pensar en la noche anterior. La llamada. La voz alterada de su madre que entre hipos y sollozos le comunica que Matthew había muerto. El velorio. Y ahora el funeral. "I will remember you", se lleva una mano al rostro y siente como las lágrimas se acumulan en sus ojos, le duele pero no quiere dejarlas fluir. "Not the way you left...", no debió haber sido así como terminara todo. Se preguntaba el por qué, pero era imposible obtener una respuesta.
"... but how you lived and what you knew."
Presiona por unos segundos el botón play en su iPod y espera a que este se apague. Estúpida canción. Estúpido Matthew.
Abre los ojos y lo primero que ve es el blanco clínico del techo de su habitación. Le hace extrañar su antigua habitación en el hospital, era mucho mas acogedora que la de pacientes críticos. Siente el frío apoderándose lentamente de su cuerpo, desde la punta de sus dedos en camino hacia su corazón. Como si fuera a detener su latido. Siente su sangre congelándose y le cuesta respirar. Fija su mirada en la puerta y nota a un anciano vestido de esmoquin negro, no le sonríe pero lo mira con una dulzura extraña. Y entonces se da cuenta de que ha llegado su momento y que debe acompañarlo.
No esta preocupado, lo estaba esperando. La muerte le extiende su mano y él la toma como si fuera la de un viejo amigo que no ve hace tiempo.
Cuando era apenas un niño, su padre no le tomaba mucho en cuenta. Trabajaba por largos turnos y la mayoría de las veces tomaba horas extra para tener mayores ingresos. Así que no estuvo muy presente en su vida. Cuando le pedía consejos o ayuda con el entrenamiento de fútbol, opiniones sobre sus trabajos de colegio o un minuto para hablar de lo que había hecho en el día; siempre eran negativas debido al cansancio. Y el entendía, pero pocas veces le creía.
Pasaron los años y su madre murió. Eso no ayudó a que afianzaran su relación. Mas bien los distanció aún más. Cuando le quedaban dos años para salir del colegio se dio cuenta de que su padre comenzaba a preguntarle más por sus asuntos. Pero él, resentido como estaba, no quería tener nada que ver con él. Así que al igual como él lo ignorara cuando pequeño, ahora su hijo lo ignoraba él.
La frase tan cliché que no puedes evitar escuchar al menos una vez en tu vida, "no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes", se ha hecho presente en su vida este último tiempo. Suspira y observa el sofá vacío frente a él. Recuerda a su padre derrumbándose cansado en su dura estructura y como su hijo se preguntaba la fórmula para encontrar la comodidad en un mueble tan andrajoso. Actualmente ya nadie habita en esa casa, la tiene como un lugar al que volver cuando se siente algo perdido. Sin la presencia de sus padres se siente como un cascaron frío y vacío, pero sigue siendo el lugar que llama hogar.
Toma aire y le cuenta, en voz alta, todo lo que no le dijo en vida. Le cuenta su vida a un sofá vacío. Imaginando que es su padre quien le escucha con una sonrisa en el rostro lleno de arrugas.
Puede sentir el calor abrasador de la lava corriendo a pocos metros de donde se encuentra. Sabe que con solo rozarle podría sufrir una grave y dolorosa quemadura, pero también sabe que no puede quedarse en esa posición por toda la eternidad. Tiene que llegar al punto seguro, solo esta a un movimiento de alcanzarlo. Traga saliva. La distancia que lo separa del otro lado del acantilado le parece la más grande que jamás haya tenido que cruzar. Y solo tiene una oportunidad. O sino, explorador frito será el resultado. Se agacha en su lugar y suelta un largo suspiro. Está listo. Puede sentir la sangre corriendo por sus piernas, el impulso recorriendo cada uno de sus músculos, y las corrientes de aire golpeando su cuerpo y elevándolo hacia su meta. Pone el primer pie en el duro suelo y esta apunto de poner el segundo cuando un grito interrumpe su concentración. Pierde el equilibrio y cae de espaldas hacia la lava, la golpea con fuerza y muere de manera agónica.
- ¡Mamá! - se queja levantándose y mirando con mal disimulado enfado a su progenitora; esta le ignora mientras limpia las huellas de que las zapatillas del chico dejaran en el sofá.
- Nada de quejas, Kevin - le reprende la madre, cruzándose de brazos - sabes muy bien cuanto me molesta que juegues "El piso es lava" en los muebles.
load more entries